La cercana celebración del congreso nacional anual de la Sociedad Española de Cardiología es un buen momento para hacer algunas reflexiones sobre la especialidad y sus servidumbres o sobre la ciencia y sus limitaciones.
Además, el congreso de este año coincide con el término de un periodo presidencial de grandes trascendencia, repercusión y logros. Esto da pie a inevitables sensaciones a la vez de cierta añoranza complacida de lo que acaba y la precavida expectativa sobre lo que vendrá.
Flota en determinados ambientes la sensación de que en el ejercicio de la cardiología van diluyéndose varios aspectos que hasta ahora hemos venido considerando como dogmas.
Uno de ellos es la propia razón de ser de los congresos médicos entendidos al estilo convencional. Es indudable que las nuevas técnicas de información y comunicación (TIC) hacen innecesaria la presencia física de los "congresistas" (qué nombre encantador) en el lugar del "evento" para aprovechar su contenido científico. Al cual todos saben que pueden asistir virtualmente desde su casa o su despacho en el mismo momento o muy poco después, sin limitaciones de formato ni barreras de acceso. Persuadidos de ello, intentamos consolarnos defendiendo la importancia del contenido personal, la relación social y profesional con los colegas. Pero seguro que las TIC permitirán solventar este aspecto también.
Uno de los cometidos de los congresos es la diseminación de los avances científicos. (Entiéndase: según los casos, presentarlos, destriparlos, ponerlos en contexto, resumirlos, matizarlos, criticarlos, suavizarlos, etc.). Lo que se ha dado en llamar (mal) la "evidencia". La cual procede en buena parte de los "ensayos clínicos aleatorizados" (mejor que "controlados", pues es de esperar que no se emprenda ninguno descontrolado). Y también da la impresión de que estos ensayos clínicos llevan una temporada en la UCI en fase decadente, al menos en su diseño tradicional. Hemos llegado a un punto en el que todo nuevo procedimiento diagnóstico o terapéutico debe testarse conjuntamente con lo ya existente, lo cual es por definición eficaz (si no, no estaría vigente), con lo que cada vez hay menos campo para registrar mejoras "estadísticamente significativas". Las cuales, si por suerte se dan, no siempre son clínicamente relevantes. Y al revés. De hecho, cada vez son mayoría los estudios "negativos" (que llevan a muchos a pensar ¡qué despilfarro de un dinero que podría dedicarse a otras necesidades médicas!) o inconcluyentes (cuyos autores no se avergüenzan de señalar la necesidad de seguir haciendo más estudios). Además, una peculiar combinación de razones económicas, éticas y metodológicas ha tenido como consecuencia que los estudios adolezcan de defectos graves. No entraremos en detalle, pues han sido ya destacados por numerosas y doctas voces. Por no hablar de las grandes posibilidades que los resultados, sean cuales sean, abren a... interpretaciones no unívocas, por decirlo suave y eufemísticamente.
Moribunda está igualmente la independencia de gran número de los "líderes de opinión" (los caudillos de la investigación y su prédica), las sociedades científicas y demás jerarcas encargados del avance científico. Lo cual no es en sí malo, pues alguien tiene que pechar con los crecientes costes de generar la ciencia. Por eso hay cada vez más voces que opinan que no merece la pena empeñarse en reivindicar tal independencia como algo irreducible y luchar encarnizadamente por mantenerla con vida, sino que quizá sea mejor enterrarla. Se publica la lista de "conflictos de intereses" de los expertos y que el que la lea (si quiere y puede) saque sus consecuencias y se tome lo que el tal experto cuenta o escribe con las debidas cautelas. Que nunca serán suficientes. Así salvaguardan los intereses de todos... menos los de la verdad científica. Ejemplos hay a porrillo.
Bastantes piensan que también está caduca la medicina ejercida a la manera tradicional. Entre los protocolos rígidos, las directrices de práctica clínica, la ciega confianza en las técnicas de imagen y las historias electrónicas, en los "pases de visita" y en las propias consultas los médicos cada vez miran menos al paciente y más a las pantallas. Las cuales son muy atractivas y aportan datos esenciales. Pero los pacientes siguen agradeciendo el trato amable, confiado, personal, directo, firme pero cercano que sólo el médico y ninguna pantalla le pueden dar.
Que no cunda el desánimo. Disfrutad del congreso, queridos colegas. Y del amor por el saber. Y sigamos todos laborando por la ciencia y por los pacientes, únicos merecedores de nuestro esfuerzo y nuestra dedicación.