Los primeros datos sobre la capacidad predictiva de los test de función plaquetar (TFP) y la definición de los puntos de corte, o la eficacia del acetilsalicilato de lisina intravenoso frente a la aspirina en la inhibición de la agregación plaquetaria en pacientes con intolerancia al tratamiento oral son dos de los principales estudios sobre antiagregación plaquetaria que se presentan en el Congreso SEC 2015.
Son muy diversos los estudios en marcha en la actualidad sobre antiagregación plaquetaria, que oscilan desde la investigación básica en busca de nuevos marcadores predictores, a la determinación del tiempo óptimo de duración del tratamiento en la práctica clínica.
El Dr. Alfredo Bardají, jefe de Servicio de Cardiología del Hospital Universitario de Tarragona Joan XXIII y moderador de la sesión en la que se presentan un total de seis estudios, destaca como uno de los más relevantes el trabajo liderado por el Hospital de Bellvitge, que estudia marcadores en los TFP con valor predictivo de eventos adversos cardiovasculares, ya que no existen estudios de este tipo a gran escala en la población española y no se emplean los test para guiar el tratamiento antiagregante en la práctica clínica debido a la falta de consensos. “Presentan un anticipo de un gran estudio multicéntrico que mide la agregación de las plaquetas en los pacientes con respuesta subóptima a los antiagregantes inhibidores del receptor P2Y12. De momento se han dado a conocer los datos de los primeros 300 pacientes, pero cuando el estudio esté completo con 1.000 pacientes, será interesante ver si monitorizar la inhibición plaquetaria tiene algún impacto en la fase aguda de un infarto”.
Por otro lado, un estudio del Hospital Clínico San Carlos de Madrid demuestra que el tratamiento con acetilsalicilato de lisina intravenoso, en comparación con la aspirina oral, logra incluso mejor inhibición de la agregación plaquetaria que el tratamiento estándar. “Esto es muy interesante porque algunos pacientes en la fase aguda del infarto tienen náuseas o vómitos y no toleran los fármacos vía oral, por lo que este trabajo presenta una buena alternativa terapéutica en estos casos”, valora el Dr. Bardají.
En términos de farmacogenética, un estudio del Hospital Clínico San Cecilio de Granada propone el análisis del genotipo en pacientes con síndrome coronario agudo, para guiar la mejor selección terapéutica y establecer qué pacientes serían mejores candidatos a clopidogrel o bien a prasugrel. “Con esta estrategia de administrar prasugrel solo a los pacientes que presentan resistencia a clopidogrel en base al genotipado, se demuestra que los eventos en el seguimiento son iguales”, explica Bardají. En concreto, el tratamiento con clopidogrel de los portadores del alelo CYP2C19 * 2 y ABCB1 genotipo TT se asocia con un aumento de las complicaciones isquémicas después de la intervención coronaria percutánea con stent (ICP) y se beneficiarían de prasugrel.
Otro de los estudios, en este caso de la Universidad de Santiago de Compostela, abre una nueva puerta de tratamiento en el futuro gracias al análisis de la glicoproteína VI, un receptor de colágeno específico de plaquetas crítico para la formación de trombosis arterial y que puede jugar un papel clave en la activación plaquetaria asociada a un infarto agudo de miocardio.
Mientras, un estudio liderado por el Hospital Virgen Macarena de Sevilla investiga si el pretratamiento con antiP2Y12 previo a la coronariografía en el síndrome coronario agudo se asocia a una reducción de los eventos isquémicos. La conclusión es que el pretratamiento con clopidogrel reduce la mortalidad y los eventos trombóticos a expensas de un aumento en las hemorragias menores, pero solo en los pacientes con elevación del ST.
Por último, un estudio del Hospital San Cecilio de Granada pone de manifiesto cuánto tiempo debe prolongarse la doble antiagregación (TAD) después de un infarto de miocardio y concluye que, si bien esta terapia no redunda en una mayor ventaja cuando se prolonga más de un año, sí es cierto que, en un grupo seleccionado de pacientes, el mantenimiento de la TAD durante un periodo superior a dos años implica una reducción de eventos cardiovasculares.