La Ley 42/2010, conocida como ley antitabaco, se publicó el 30 de diciembre de 2010 como modificación de la anterior de 2006. Justo a los tres años de su entrada en vigor (el 2 de enero de 2011) cabe reflexionar brevemente sobre lo que ha supuesto esta ley.
¿Qué dice la ley?
Muchos hablan de ella pero no la conocen. La medida más importante es la prohibición de fumar en cualquier lugar de uso colectivo o abierto al público que no esté al aire libre. También se prohíbe en algunos espacios al aire libre de centros educativos (excepto universitarios), recintos de centros sanitarios y las zonas acotadas en los parques infantiles.
En cuanto a las sanciones, fumar en zonas no permitidas se considera falta leve (multa de 30 euros la primera vez). La acumulación de tres infracciones leves se considera falta grave. También lo es por parte de los titulares de establecimientos públicos habilitar zonas para fumar o permitir hacerlo en lugares prohibidos. Las multas para las faltas graves van de 601 a 10.000 euros y para las muy graves de 10.001 a 600.000 euros. Me gustaría saber cuánto se ha recaudado con estas sanciones. ¿Alguien puede informarnos?
Lo que ha pasado
La ley ha sido bien aceptada, mayoritariamente. Es obvio que por parte de los no fumadores, pero también de los fumadores. Unos y otros se han convencido de que la situación anterior -en la que los fumadores podían fumar dondequiera que les apeteciera sin importar delante de quién y de qué- era un despropósito. Ello ha conducido (en ínfima medida, cierto, pero algo es algo) a una cierta cultura de respeto a los demás que ojalá se extendiera.
Se ha aplicado correctamente. Las personas sensatas han aprobado la ley y en una gran mayoría la han seguido. Baste como ejemplo la contestación popular a la propuesta de liberar de su aplicación en un proyectado megacasino y el contento de muchos ante la ¿comedia? de firmeza y ejemplaridad de las autoridades. De todas maneras, no pensemos que el fracaso final de esta operación se ha debido a ello; el promotor apenas tardó unas semanas en desistir tras el desdén del Comité Olímpico de relajarse (¿desde cuándo el café relaja?) en la Plaza Mayor de la capital del Reino.
Se ha reducido el tabaquismo pasivo. Cualquiera que sea su importancia médica (que se ha exagerado en algunos casos pero que en otros era un verdadero problema, como camareros y demás), ha desaparecido virtualmente de las zonas públicas. Solamente queda el de cónyuges e hijos en el hogar, sacrosanto lugar al que la ley ni puede ni debe llegar. Aunque cada vez menos, porque el ejemplo cunde.
Se han eliminado las molestias ambientales causadas por el humo del tabaco en lugares cerrados. Ya no hay olor a tabaco en los lugares de esparcimiento y de trabajo. A muchos les parece estupendo y se ahorran en tintorería. Pero algunos piensan que era preferible el olor a tabaco en bares y demás; al no estar este elemento ocultador, ahora se notan los olores reales, que son una mezcla de sobaquina, fritanga y lejía en variables proporciones.
Como no todo va a ser positivo, ciertas mentes mercadotécnicas han inventado lo del “vapeo” (que sería vaporización en castellano del de antes). En esto, como en todo, hay mucho dinero en juego y hay quienes no quieren que se les escape. Ya veremos por dónde sale, pero no parece que este método se haya diseñado para ayudar a los fumadores a dejarlo, sino más bien a mantenerles enganchados a cualquier cosa. Agradecería opiniones al respecto.
Y, lo más importante, ha disminuido el número de fumadores. Aunque lentamente, este sí es un paso en la dirección correcta.
Lo que no ha pasado
No se ha discriminado a los fumadores. Los que libremente (y equivocadamente) han elegido esta opción han podido ejercerla, pero con un respeto a los demás del que antes carecían. La ley no prohíbe fumar al que quiera hacerlo. En modo alguno discrimina ni minusvalora a los fumadores, no atenta contra su libertad ni sus derechos ni los confina a guetos inmundos. Únicamente acota los lugares en los que este hábito (o vicio, según se mire) puede comprometer el derecho del no fumador a no hacerlo pasiva o involuntariamente. De modo que seguiremos aconsejando a los fumadores que lo dejen y ofreciéndoles ayuda para conseguirlo, pero si quieren seguir fumando podrán continuar haciéndolo… donde no molesten a los no fumadores.
No se han arruinado los establecimientos hosteleros ni de esparcimiento. Es increíble que el sector hostelero haya usado el argumento plañidero y catastrofista de que iban a arrastrar pérdidas inasumibles. No se cortaron ni un pelo: hablaron de posibles pérdidas del 15% de los clientes y del 10% del consumo. ¡Nada menos! Lágrimas de cocodrilo. Pese a sus protestas, ningún bar, cafetería ni restaurante han tenido que cerrar por la ley del tabaco. Si han cerrado algunos, o muchos, ha sido porque daban mala calidad, gestionaron mal el negocio o decidieron que no les era rentable, pero no porque se desautorizara fumar dentro. ¿Alguien pudo creer en serio que impedir fumar en los bares iba a dejarlos vacíos u obligar a que cerraran masivamente como amenazaban? La gente ha seguido yendo exactamente igual que antes a alimentarse, alternar, beber y divertirse. Sólo que los fumadores simplemente ya no disfrutan de la bula que tenían de llenar de humo el local. Y se han acostumbrado enseguida a salir un ratillo a fumar fuera. De hecho, los bares han ganado unos espacios en la calle poniendo mesitas, toneles y otros elementos decorativos de mejor o peor gusto con los correspondientes ceniceros (por los que desconozco si pagan los impuestos municipales pertinentes). Algo de razón tienen los hosteleros, en cambio, en protestar de la inutilidad de las obras de adaptación de los locales que hicieron hace unos años con motivo de la pacata ley del 2006… ¡pero tuvieron la oportunidad de no hacerlas y eligieron, equivocadamente, la opción de dar facilidades a sus clientes para fumar!
Congratulémonos pues de todas estas ventajas y sigamos en nuestra lucha incesante contra el tabaco, que sigue siendo la primera causa evitable de las dos enfermedades por las que nos mori(re)mos la mayoría: las complicaciones cardiovasculares y el cáncer.