No es bueno que los pacientes sean tratados como consumidores. Peor aún es que lo sean los médicos. Mucho peor todavía que a los pacientes presentes o presuntos se les embauque con propaganda. Y catastrófico que pase eso con los médicos. No te dejes.
La propaganda para los pacientes (o consumidores) está sujeta a las reglas de la mercadotecnia. La principal de ellas es dar un mensaje claro, rotundo, atrayente y que sea o parezca cierto… aunque no sea verdad. Un ejemplo paradigmático: los productos naturales que bajan el colesterol. Fíjate en la secuencia. Se empieza informando o recordando que el colesterol está relacionado con las enfermedades cardiovasculares, lo cual es verdad. Luego se afirma que bajar el colesterol las evita, lo cual también es verdad (en determinados casos, no en todos). Y se acaba divulgando que el yogur X ha demostrado que baja el colesterol (si además lo anuncian personas a quienes todos respetamos por su categoría personal, como Indurain sin ir más lejos, mucho mejor). Ergo, tómalo y vivirás. A la vez se presentan estudios serios -cuando lo son- en los que las cifras de colesterol bajan de hecho al cabo de pocas semanas. Esto último es verdad, a medias. Tampoco es mentira, y ahí está el quid y el mérito de la mercadotecnia. Las sustancias que reducen la absorción del colesterol ciertamente rebajan el colesterol en sangre al disminuir la fracción de este dependiente de la vía exógena, pero durante un periodo limitado (sólo ligeramente superior al de la duración de los estudios). Con el tiempo, los mecanismos de retroalimentación de nuestro organismo, que sigue siendo más sabio que todos nosotros, captan la señal de que está entrando menos colesterol por el intestino y ¿cómo responden? Pues, como es natural, estimulando la vía endógena de síntesis de colesterol para compensarlo. Al final, nos quedamos como antes. Y si a la afirmación real “X baja el colesterol temporalmente” se le recorta este último adverbio, queda como una frase propagandística “X baja el colesterol” que no es mentira, pero tampoco toda la verdad.
Contra lo que tenemos que rebelarnos con brío es contra la propaganda dirigida a los médicos. Aquí los sesudos expertos lo hacen más sutilmente. Recuerda el caso de un producto que se promocionó para la eyaculación precoz. Se comenzó con campanudos estudios estadísticos que afirmaban que este problema lo padece un altísimo porcentaje de la población masculina. Pero había que leer la letra pequeña. En concreto, el dintel de “normalidad” que se tomó para llegar a esa conclusión. Arbitrario totalmente y desmesurado (creo que eran algo así como 20 minutos de denuedo infatigable). Muchos no llegan (llegamos) a prestaciones tan esplendorosas, pero no hay de qué preocuparse. No estamos enfermos. Ni mucho menos necesitamos tomar un medicamento no inocuo que mejora solo levemente el desempeño. Menos mal que el despropósito no cundió demasiado, hasta donde tengo noticias, lo que demuestra que el sentido común no se ha perdido del todo.
De hecho, casi los únicos principios incólumes en toda la historia de la medicina son el afán de servir, la historia clínica, la observación y la sensatez. Básate, pues, en ellos. Fortalécelos con estudios científicamente irreprochables. Confía comedidamente en las directrices de práctica clínica cuando sus recomendaciones no sean antagónicas. Y, por último, empéñate en destapar lo que es propaganda con sano escepticismo.