En los últimos años hemos asistido a un auge enorme de publicaciones y de revistas científicas. Publicar se ha convertido en un objetivo prioritario dentro de la búsqueda de notoriedad profesional y de curriculum en la competitividad por un empleo. Esta fiebre publicadora sigue en aumento y sus efectos se dejan ver.
Después de años creyéndolo y de que las guías recomendaran el uso de betabloqueantes para disminuir el riesgo de complicaciones cardiovasculares en la cirugía no cardiaca, este beneficio está en serio debate tras la acusación de manipulación de los datos por su principal “publicador”, Don Poldermans1. En marzo de este año 2014, un metaanálisis excluyendo los datos publicados por Poldermans mostraba al contrario un aumento de la mortalidad significativo con el uso de betabloqueantes, llevando a exigir la inmediata revisión de las guías2. De ser así, las consecuencias del sesgo en la “publicación” podrían haber afectado a miles de pacientes1. En febrero de este año 2014 también conocíamos la existencia de una investigación y evidencias de mala conducta científica en un pionero y reconocido “publicador”, Bodo-Eckehard Strauer, en el uso de células madre en el infarto de miocardio3. Siendo esta un área especialmente sensible en la que en los últimos meses no dejan de conocerse escándalos que afectan incluso a publicaciones en revistas del nivel de Nature4. Pero es en revistas de mucho menor impacto, donde es más que probable que el sesgo “publicador” sea mucho más frecuente aunque menos trascendente.
Publicar se puede hacer en cualquier revista o en panfleto, pero por desgracia en muchos casos no es “investigar”. Lo primero para un buen profesional de la medicina no es publicar, sino investigar: el principio y lo más importante. La hipótesis generada desde el paciente o desde el laboratorio y un método científico correcto para probarla son el principio de todo, de la investigación. Los resultados son lo menos importante cuando hipótesis y métodos son correctos; si respondemos de forma correcta a una pregunta bien sustentada y con trascendencia, el resultado siempre es “investigación”. En este sentido, el sesgo hacia resultados positivos es evidente en la literatura y en el “publicador”, atraído por una p significativa, frente al “investigador”, para el que una p no significativa es igual de importante. Las consecuencias de este sesgo son claras, la medicina ya no estará basada en la evidencia sino en publicaciones, en las que no será posible confiar5.
Esta diferenciación entre publicar e investigar cobra especial importancia en los jóvenes profesionales en formación, quienes serán la vanguardia del conocimiento futuro. Para ellos lo importante no debería ser “publicar”, actualmente lo es, sino adquirir las habilidades que les permitan analizar e interpretar de forma crítica, genera preguntas o hipótesis, resolverlas de forma correcta y ayudar a generar conocimiento nuevo y, sobre todo, útil para nuestros pacientes y el sistema, es decir “investigar”. Para ello es fundamental que comprendan la importancia de investigar con tutores y dentro de grupos donde el método científico sea lo importante, o lo que es lo mismo donde lo importante sea “investigar” y no “publicar”.
Con el paso del tiempo deberíamos reflexionar sobre una pregunta: de todo lo que he publicado, ¿cuánto ha supuesto un cambio para el paciente, ha generado nuevo conocimiento para otros profesionales o investigadores o ha permitido generar nuevas líneas o plataformas de investigación de futuro? La respuesta a esa pregunta es lo que “investigue”, el resto fue solo “publicar”. La respuesta debería llevarnos a la reflexión y al cambio.
En mi opinión, es el momento de que las sociedades científicas, las instituciones sanitarias y universitarias, y sobre todo los investigadores principales y las revistas científicas, todos, reenfoquemos el sentido de las publicaciones y se le dé valor al método científico por encima de los resultados y de la posibilidad de citas. La traslación de los resultados al paciente y a la sociedad debe ser la prioridad. La estadística sobre datos retrospectivos debe pasar a un segundo plano. Son necesarias plataformas y modelos, multidisciplinares y/o compartidos, que de verdad permitan esta traslación. De esta manera “publicar” será, de verdad, “investigar” y podremos seguir confiando en la evidencia.
Referencias
- Chopra V, Eagle KA. Perioperative mischief: the price of academic misconduct. The American Journal of Medicine 2012;125:953-5.
- Bouri S, Shun-Shin M J, Cole GD, Mayet J, Francis DP. Meta-analysis of secure randomised controlled trials of β-blockade to prevent perioperative death in non-cardiac surgery. Heart (British Cardiac Society) 2014;100:456-64.
- Abbott, Alison. Evidence of misconduct found against cardiologist. Nature. 24 February 2014.
- Stem-cell scientist found guilty of misconduct and Accusations pile up amid Japan’s stem-cell controversy
- Wilmshurst P. Evidence based medicine: can we trust the evidence? International Journal of Cardiology 2013;168:636-7.