Cualquier cardiólogo que lleve algunos años visitando pacientes, sea cual sea el ámbito en el que se desenvuelva (UCI, urgencias, consulta, planta), se habrá dado cuenta de que cada vez hay más casos de fibrilación auricular. La que llamamos familiarmente FA (unos pronunciándola “efe a” y otros simplemente “fa”).
Hemos aprendido además a decidir si tratarla o frenarla; a prevenir las embolias con fármacos antiguos o modernos; a conocer las virtudes y carencias de los antiarrítmicos destinados a tratarla o prevenirla; y a evitar o solucionar algunos de los mecanismos que provocan su aparición o las recidivas. El más importante, la cardiopatía isquémica, creemos que casi lo tenemos dominado gracias a los fármacos y la revascularización. Y el más frecuente, la hipertensión, pensamos que la controlamos estupendamente a base de recetar los numerosos y poderosos fármacos de que disponemos.
Pero nos falta otro factor de riesgo importante, al que tradicionalmente hemos hecho poco caso y ahora empezamos a considerar. Sí, es la apnea del sueño, como habréis deducido del título. Lo malo es que nuestro diagnóstico es fundamentalmente clínico y de sospecha, y pocas veces damos el paso de intentar confirmarlo. Lo más habitual es que ante un/a paciente obeso/a nos limitemos a preguntar a su pareja de cama si ronca. Si nos dicen que sí, (sobre todo si enfáticamente) nos quedamos conformes y satisfechos y le aconsejamos que pierda peso. Lo cual a lo mejor es lo único que debe prescribirse en muchos casos. Pero seguramente casi ninguno lo hará. En ocasiones damos un paso más y le sugerimos al paciente que “convendría que se mirara eso de la apnea del sueño”, lo que tampoco hará si se lo aconsejamos con tan escasa vehemencia. Pocas veces nos planteamos confirmar el diagnóstico. Que además se basa en una única prueba con un resultado poco menos que incontrovertible: la polisomnografía.
Aquí viene el problema. Si hiciéramos las cosas bien tendríamos que enviar a bastantes de nuestros pacientes con FA a estudiarse la apnea del sueño. Pero ¿a quién? Esto va por barrios: en algunos el estudio lo hacen los neumólogos, en otros casos queda a cargo de los neurólogos, otorrinos u otros especialistas. Y en otros ni se sabe. Además, las listas de espera en el sistema público son larguísimas, pese a que ya no es necesario como antaño pasar una noche toledana en el hospital rodeado de tubos. La polisomnografía se practica hoy a domicilio con bastante menos incomodidad que antes, pero aún así las posibilidades de atender la demanda que desde cardiología podríamos generar son escasas. No parece que los especialistas en ese campo hayan hecho como nosotros, que ante la ingente demanda de ecocardiogramas por parte de innúmeros profesionales nos hemos puesto al tajo y parece que hemos conseguimos atajar razonablemente las esperas.
¿Y en cuanto al tratamiento? También aquí dependemos de otros. Los cuales aprovechan la utilidad terapéutica de la presión positiva continua quizá para tratar las consecuencias evidentes de la apnea del sueño (ronquido perturbador, somnolencia diurna). Pero quizá no piensan en otras ventajas, una de las cuales sin duda es la prevención de la fibrilación auricular paroxística o persistente. Además, hay apneas del sueño en personas delgadas cuyo tratamiento puede ser diferente y hasta quirúrgico.
Esperemos que pronto cambie el panorama. ¿Y mientras? No sería bueno circunscribirnos a la propia FA y soslayar los mecanismos que la sustentan aduciendo que son responsabilidad de otros profesionales. Es nuestra. Y como tal debemos perseguir que los estudios diagnósticos y la terapia específica de la apnea del sueño estén disponibles en plazo razonable para los que los necesitan. Y mientras, insistir en la extrema importancia de la pérdida de peso. Es una partitura difícil pero tocable. Y evitará muchos conciertos nocturnos insoportables.