No son pocos los que han sugerido que dediquemos una entrada de este foro a un asunto que se ve mucho. Cada vez más y parece que sin freno. Se trata del paciente atragantado de información que quiere saberlo todo y que le expliquemos todo. ¿El motivo de tantas preguntas? Internet.
Casi todos los pacientes que atendemos vienen en buena disposición, escuchan lo que les decimos acerca de su diagnóstico y pronóstico y aceptan las medidas terapéuticas que les proponemos tras unas cuantas preguntas razonables, esperables y de fácil contestación. Pero hay otros -unas veces el propio paciente “con estudios” y otras veces los hijos/as, parejas o amigos- que quieren saberlo todo. Y preguntan incesantemente aspectos que casi nunca son relevantes, siempre con el sonsonete “ me han dicho…”, “he leído…”, “tengo entendido que…”, “pues aquí dice…” o expresiones similares. Ahí se les pilla: Internet.
Hay cada vez más personas que contraponen los consejos de cualquier especialista, no solo en el campo médico, con lo que han leído “en Internet”, como si fuera la fuente de la eterna sabiduría y más experta que nadie. Y no lo es en modo alguno aunque muchos así lo crean. Es el típico deslumbramiento ante lo desconocido que se desvela por primera vez. Cuando no se domina o no se sabe nada de un tema es fácil que el ingente caudal de información -que tan fácil es hoy de recoger- abrume, abra un mundo de perspectivas nuevas y brille cegadoramente como si fuera la verdad absoluta. Pero hay dos problemas que a veces se olvidan. Uno es que “en Internet” plasman su comentario, opinión, idea o doctrina todo tipo de personas. Pocas veces se sabe quiénes y las hay desde sabios (poquísimos) hasta idiotas (no pocos); la mayoría son anodinas y prescindibles. Y cada una de ellas coloca su aportación por motivos diferentes, que en una minoría es para contribuir al conocimiento y bienestar generales y en su mayoría por motivos espurios y mezquinos, crematísticos o personales de toda índole. Solo cuando se sabe algo de un tema se hace evidente la cantidad de errores que circulan y se repiten ad infinitum. El otro problema es que, aun suponiendo que la información recabada sea veraz, sin unas bases de conocimiento que solo dan el estudio de una materia y la experiencia en su ejercicio no es posible asimilarla de forma adecuada. Entonces la información se limita a una serie de datos inconexos que más que aclarar un problema lo emborronan y en vez de ayudar a tomar una dirección confunden el panorama y eternizan la solución.
No está claro qué nombre darles a estas personas que entran en la consulta con un rimero de hojas impresas de procedencia variopinta. O que traen en su alforja mental las opiniones de varios especialistas, amigos, vecinas y demás y tienen toda una cocina (ensalada ilustrada, empanada, entremeses variados) mental. El que se empieza a oír como calco del inglés, “empoderados”, es horroroso. Algunos les llaman “pacientes enterados” (quizá aún mejor “enteradillos”); a ver si entre todos podemos dar nombre a este síndrome (que lo es, pues no es sino un conjunto de manifestaciones por la misma causa). Podría ser el de atragantamiento o intoxicación de información. Se aceptan sugerencias.
Pero hay que tomar postura frente a este fenómeno. Hay que reconocer que es un desafío incómodo y fatigoso sea cual sea el modo como se afronte. Algunos directamente pasan de todo esto, dan su dictamen y no entran a discutir lo que con razón consideran información redundante o sesgada, deficitaria e innecesaria en cualquier caso. Hay otros que se escudan en esa cosa horrorosa del “consentimiento informado”, lo presentan, lo recaban y a otra cosa, evitando complicaciones.
Mi opinión particular es que nunca sobra que el paciente esté bien enterado de todos los aspectos relativos a su enfermedad, de las razones que llevan al especialista a aconsejar determinadas soluciones y de las diversas opciones y sus desenlaces previsibles. Pero para ello se necesita que el paciente tenga la mente abierta para asimilar la información y que su bagaje cultural y sus cualidades intelectuales lo permitan. Condiciones ambas que no suelen darse juntas en el caso del "enteradillo". Puede que tenga cualidades o cultura, pero en el campo médico trae una montaña de ideas preconcebidas y falsa información que le bloquea el raciocinio. Y que le hace creer que está a la altura o por encima del especialista y por tanto le impide aceptar sin más su dictamen. Pobres, en el fondo dan pena porque todo el trabajo que se han tomado recogiendo datos y más datos les ha servido de muy poco. Es más, casi seguro que ha contribuido a empeorar su problema en lugar de a solucionarlo. Pero hay que hacérselo ver. Y podar comprensiva pero enérgicamente hasta encontrar las ideas básicas y la información relevante. Eso exige mucho tiempo y muchísima paciencia.
Enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo haya menester y corregir al que yerra eran las tres primeras obras de misericordia del catecismo clásico. Pues más o menos eso es lo que tenemos que hacer con los pacientes o familiares "enteradillos". Dios nos dé paciencia para afrontarlo y nuestra bendita organización sanitaria tiempo para hacerlo.