No son muchos los cardiólogos que dedican tiempo a aconsejar a sus pacientes cardiópatas sobre la alimentación. Creen que sus responsabilidades son mucho más importantes. Y que para esos menesteres hay otros profesionales de menor categoría que tienen más tiempo que perder en esas minucias. Que además consideran como tiempo perdido, pues están convencidos de que raro es el paciente que cumple las indicaciones dietéticas.
Además, entre los pocos colegas que se preocupan de la alimentación de sus pacientes no todos están adecuadamente informados de algunos aspectos básicos. O al menos lo parece a juzgar los sus preguntas, sus declaraciones o sus escritos. Por eso quizá valga la pena recordar algunos conceptos básicos sobre los alimentos y la salud cardiovascular.
El consejo dietético al paciente debe referirse a tres aspectos diferentes. El primero se refiere a los alimentos simples, sean naturales o procesados. De esto poco hay que decir pues todo se resume en lo que todo el mundo llama “dieta mediterránea” tradicional. Recordémosla brevemente. Consiste en limitar el consumo de los alimentos con alto contenido en grasas saturadas y “trans”: bollería industrial, lácteos enteros (que deben sustituirse por los desgrasados o semidesnatados), carne de vacuno o cerdo, aceites saturados, pan blanco. En su lugar se recomienda utilizar aceites polinsaturados (oliva) y consumir preferentemente frutas y hortalizas (cuatro o cinco piezas/raciones todos los días), pescado (al menos dos días por semana, de preferencia azul) y carnes magras. Los granos no descascarillados, el pan integral (preferiblemente en el desayuno), las legumbres (uno o dos días a la semana como plato único) y los frutos secos (tres o cuatro al día) también son aconsejables, cuidando la cantidad en el caso de sobrepeso pues tienen alto contenido calórico. También deben evitarse los hidratos de carbono refinados (azúcar, dulces, pastelería, bebidas edulcoradas) y el consumo excesivo de alimentos ricos en ellos (pasta, patatas, etc.). Ya puestos, hagamos algo de autopropaganda: en la página oficial de la Fundación Española del Corazón puede encontrarse información muy completa y práctica sobre dietas y menús adecuados para el corazón.
El segundo consejo se refiere a los alimentos funcionales. Se llaman alimentos funcionales a todos aquellos que, aparte de su papel nutritivo básico desde el punto de vista material y energético, son capaces de proporcionar un beneficio demostrado para la salud en general o algunos de sus aspectos en particular, en este caso cardiovascular. Pueden ser naturales (el aceite de oliva por ejemplo), modificados (la leche desnatada es el ejemplo más corriente) o enriquecidos artificialmente con algunos componentes protectores (caso de las margarinas o yogures suplementados con esteroles). De todos estos alimentos, los únicos que realmente han documentado su eficacia, hasta donde llegan mis conocimientos, son: alimentos ricos en fibra, fitosteroles, proteínas de soja y arroz rojo fermentado para reducir el colesterol-LDL; alimentos ricos en ácidos grasos ω-3 para reducir los triglicéridos; y alcohol en cantidad moderada y frutos secos para aumentar el colesterol-HDL funcional.
Por último, el resbaladizo campo de los nutracéuticos. Se llaman así a los suplementos dietéticos que se presentan en un formato no alimenticio (píldoras, cápsulas, polvo, etc.), compuestos de una sustancia natural bioactiva concentrada presente usualmente en los alimentos y que tomada en dosis superior a la existente en ellos tiene un efecto favorable sobre la salud mayor que el que podría tener el alimento normal. Esta definición es rimbombante, sin duda. Son innumerables los productos a la venta que encajan en la primera parte. Pero creo que ninguno cumple la segunda parte de la definición en lo que a las cardiopatías se refiere. Es decir, que no hay ninguna indicación para prescribir ninguno de ellos en ninguna cardiopatía en ninguna circunstancia. ¿O no es así? Agradeceré a los más sabios en este campo que aporten las indicaciones probadas de algún nutracéutico en alguna patología cardiaca o situación de riesgo en alguna circunstancia o en algún grupo particular. Así aprenderemos todos. Y si no las hay, haremos ahorrar bastante dinero a los pacientes, que lo gastan a manos llenas inútilmente.