Mujer de 64 años de edad. Cuenta que desde hace cuatro años (2010) presenta un cuadro de disnea de pequeños esfuerzos junto con opresión precordial irradiada a cuello y mandíbula que -según afirma- los numerosos especialistas a los que ha consultado no han podido solucionar. Pone encima de la mesa una bolsa (de gran tamaño) de unos grandes almacenes llena de informes e imágenes de diversas exploraciones. El resumen de las mismas es el siguiente:
- Análisis: innumerables. En algunos de ellos hay desviaciones del rango normal mínimas e irrelevantes, pero para las que se han prescrito tratamientos varios (hierro, hormonas, vitaminas y productos similares, minerales en diversas modalidades, hipoglucemiantes, hipolipemiantes).
- Radiografías de tórax: un montón. En esta época del reinado de la imagen apenas si se miran.
- Pruebas de esfuerzo: en la primera realizada en 2011 se encontró anormalidad eléctrica ligera. Se ha repetido tres veces en tres centros distintos (dos en 2012 y 2013, esta última con ecocardiograma) con resultados parecidos.
- Gammagrafía de esfuerzo (2011): resultado dudoso. Se repitió por otro episodio de dolor torácico (2012) con resultado igual.
- Coronariografía (2012): coronarias normales anatómicamente; fracción de eyección de 0,75 (por cierto, nótese que la fracción de eyección, precisamente por ser una fracción, debe expresarse como tal y no en porcentaje). Se repitió en 2013 para practicar test de ergonovina, encontrando vasoconstricción difusa ligera.
- Ecocardiogramas: por lo menos ocho en diferentes momentos. En todos ellos función sistólica ventricular izquierda normal, salvo en marzo de 2013 (fracción de eyección de 0,30); al mes se normalizó tras "tratamiento" (¿?). También se describe relajación anormal según los parámetros de llenado mitral.
- Resonancia magnética cardiaca (2013): normal; fracción de eyección de 0,57.
- Radiotomografía (2014): se descarta patología, en concreto embolia pulmonar.
Pero la paciente también padece o ha padecido el síndrome de Ulises. Hay otro "síndrome de Ulises" descrito por J. Achótegui en emigrantes con estrés crónico. Pero en este caso se aplica sobre todo a los pacientes que padecen síndromes cardiológicos funcionales, en particular el llamado síndrome X (nos hemos lucido con este nombrecito). Se trata de un cuadro caracterizado por dolor torácico pseudoanginoso, arterias coronarias epicárdicas normales y documentación de isquemia en los estudios de provocación. Estas características peculiares, el desconocimiento relativo de su existencia real y la discordancia entre los síntomas y la coronariografía (que muchos siguen aún considerando como prueba diagnóstica irrebatible) provocan con frecuencia la situación de la paciente comentada. Es paradigmática del síndrome. Estos/as pacientes continúan presentando dolores torácicos reiterados que inducen a múltiples visitas a los servicios de urgencias, a ingresos repetidos y a la práctica de numerosos estudios funcionales y anatómicos, incruentos y cruentos. En busca -casi siempre descorazonadora- de soluciones, explicaciones o alivio de los síntomas.
Además, estos/as pobres pacientes visitan a cardiólogos, gastroenterólogos, psiquiatras, psicólogos, internistas, reumatólogos y otros profesionales. Los cuales pueden responder de dos maneras. Unos se ven en la obligación de repetir estudios de comprobación o practicar otros nuevos, cada vez más sofisticados e intentar tratamientos múltiples, diferentes, experimentales o engorrosos. Otros eluden enfrentarse a estos/as pacientes y se limitan a reenviárselos mutuamente una y otra vez, de un especialista a otro de la misma especialidad o de otra, repetida y displicentemente. Tildándolos de quejicosos o psíquicamente inestables. Unos y otros profesionales prescriben fármacos de todo tipo, incluyendo en lugar destacado los de los grupos N05 y N06.
El paciente a su vez, harto y desencantado, acude a otros profesionales pseudomédicos, que tampoco entienden el problema. Pero arriman el ascua a su sardina y no se privan de administrar tratamientos variopintos ineficaces (al menos no ordenan pruebas diagnósticas, que ya es algo).
Esta vorágine de polifarmacia y estudios de imagen, junto con la displicencia citada, han llevado a acuñar el término de síndrome de Ulises aplicado a estos pacientes, que buscan desesperada y baldíamente solución en muchos sitios. Para, tras numerosas y penosas vicisitudes, acabar donde empezaron. Igual que el héroe griego que da nombre al síndrome, que al concluir la guerra de Troya tardó 10 años de azarosos viajes en volver a casa, que estaba bastante próxima.
¿Cómo se trata este síndrome? Previniéndolo. O sea, no contribuyendo a crearlo o empeorarlo con las actitudes citadas.