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¡Agárrate, que vienen curvas!
Dr. Eduardo Alegría Ezquerra
Cardiología Hoy
En medicina y en cardiología estamos rodeados de curvas. Las de Kaplan-Meier sirven para saber qué consecuencias tiene lo que hacemos a largo plazo. La curva en J, para concienciarnos de que todo tiene su límite. Las curvas de presión, antaño importantes en hemodinámica, están cuasi olvidadas por los invasivistas. Pero hay otra algo más vergonzoso: la "curva de aprendizaje".
Toda técnica nueva hay que aprenderla. Es ineludible. Y tiene que ser haciéndola físicamente; los simuladores, libros y vídeos valen para conocerla, pero no para dominarla. Alguna vez tiene que ser la primera. Casi siempre esta primera sale bien, porque se ponen toda la atención y medios y se realiza en presencia de un experto que ya superó la curva. Las siguientes no tanto, porque aún no se dominan los intríngulis ni se han experimentado las posibles variantes o complicaciones. Cuando se llega a dominar la técnica y sus posibles desviaciones ya puede uno considerarse experto y acaba la curva de aprendizaje.
Pero mientras... Cada paciente es una persona que espera de nosotros lo mejor y obtiene buena voluntad, atención extrema y resultados plausibles. Pero no un experto. Si se trata de una técnica diagnóstica incruenta, lo más que puede pasar si las cosas no salen bien es una pérdida de tiempo y de recursos. Pero si es un procedimiento terapéutico, puede haber complicaciones.
Las cuales están previstas. Forman parte de la "curva de aprendizaje". Es decir, es esperable y aceptado que las complicaciones sean más frecuentes en los primeros "n" "casos" que un especialista, equipo u hospital realizan de un nuevo procedimiento. Para algunas técnicas "n" es un número pequeño, pero para otras es de 50 o más. O sea, cincuenta personas, una por una, que se someten a un procedimiento formando parte (a sabiendas a veces y muchas otras involuntariamente) del entrenamiento obligado del especialista o equipo en la técnica. Si la técnica es de uso frecuente este número no tarda en alcanzarse, el aprendizaje se acelera progresivamente y las complicaciones merman a igual velocidad. Pero si la patología o la técnica son de incidencia o uso poco frecuentes, respectivamente, la curva se aplana y el final se retrasa. O no llega nunca.
Esto nos lleva a otro matiz relacionado con este asunto. La del número de procedimientos que un especialista, equipo u hospital debe hacer para considerarse experto o para que las directrices de las entidades profesionales así lo señalen. Pero no todos las cumplen. O por lo menos nadie exige su cumplimiento oficialmente. Hay estudios que señalan que cuantos más procedimientos realiza una persona o equipo menos complicaciones tiene. Esto no siempre es así y hay numerosas excepciones. Pero vale como regla general. Pero entonces surge el problema evangélico: ¿a los que hacen poco debe quitárseles lo que hacen y a los que hacen mucho dárseles más quehacer? Esto no suena bien y además puede colisionar con la libertad de prescripción del médico. Pero tampoco parece admisible que por razones espurias un equipo u hospital ofrezcan una técnica que pueden realizar pero en la que no tienen la experiencia debida porque la practican muy de tarde en tarde.
No es fácil la solución. La curva de aprendizaje es inevitable. Pero pueden mitigarse sus posibles consecuencias adversas. Lo mejor es que sean las sociedades profesionales las que regulen este aspecto, tanto elaborando normas sencillas con las mínimas restricciones como vigilando su aplicación mediante registros o auditorías. No es lo ideal, como sucede en algunos casos, que sean las empresas que comercializan los dispositivos que se utilizan en las técnicas a aprender las que regulen el acceso a las mismas; bien está que se encarguen de formar a quienes van a utilizarlas, pero la regulación del uso y las indicaciones deben quedar a cargo de las entidades profesionales. No estamos lejos en el caso de nuestra SEC, pero aún hay aspectos borrosos.
Y, por último, guardemos el concepto y utilicemos el término "curva de aprendizaje" en foros científicos. Cara al público convendría usar otro lenguaje. Y ser muy claros e íntegros con los pacientes a quienes indicamos los nuevos procedimientos, sin duda mejores que los antiguos porque por eso los indicamos, pero que inevitablemente tenemos que ir aprendiendo, a su costa.
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