Las enfermedades cardiovasculares (ECV) son la principal causa de mortalidad y morbilidad a nivel mundial. Se calcula que en 2019 fallecieron casi 19 millones de personas en todo el mundo y casi 1 millón en Estados Unidos debido a ellas.
La identificación y abordaje de los factores de riesgo tradicionales (tabaquismo, hipertensión arterial, diabetes…) ha permitido reducir más de un 50% la mortalidad atribuible a estas patologías desde 1990. Sin embargo, existe aún escasa conciencia sobre la importancia que tiene a este respecto la contaminación, teniendo en cuenta que se estima que, a nivel mundial, en 2019 fallecieron por su causa 9 millones de personas, debiéndose, las dos terceras partes de los decesos, a las enfermedades cardiovasculares, con un protagonismo claro para la cardiopatía isquémica.
Existen diversos tipos de contaminación, que se pueden resumir en polución atmosférica, metales tóxicos y productos químicos industriales. En primer lugar, la polución atmosférica consiste en una mezcla de distintos tipos de componentes, no deseados, derivados de la actividad humana. Su composición y concentración de partículas depende del tiempo, el lugar y la situación climatológica. Principalmente destaca la producción de ozono, óxidos de azufre y nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles (como el benceno o el tolueno). Especial mención merecen las denominadas partículas en suspensión (particulate matter, PM, en inglés), en especial las que presentan un diámetro inferior a 2,5 micras, debido a que su origen principal es la actividad humana y a que exhiben una elevada capacidad para penetrar en las vías respiratorias y alcanzar el torrente sanguíneo, donde expresan su potencial nocivo. Su toxicidad va a depender no solo de su tamaño (cuanto más pequeñas, más lesivas) sino también de su origen, composición, susceptibilidad individual y la cercanía de las poblaciones a autopistas o regiones industriales frente a los entornos con abundante vegetación.
Además, no solo es relevante la contaminación atmosférica externa, derivada de los vehículos o la actividad industrial, la cual, a nivel mundial, se encuentra en aumento año tras año, sino que también desempeña un papel fundamental la contaminación doméstica, derivada de la quema de madera, paja o estiércol, o del uso de productos de limpieza y que afecta principalmente a niños y mujeres, siendo responsable de hasta un tercio de la mortalidad debida a la contaminación.
Otra de las fuentes importantes de contaminación procede de los metales tóxicos como el arsénico, el mercurio, el cadmio o el plomo, derivada de actividades como la minería o la quema de carbón, estando también presente en pinturas y cosméticos. Tradicionalmente, este tipo de compuestos se ha relacionado con el cáncer o los desórdenes neurocognitivos, aunque cada vez existe mayor evidencia de su relación con las enfermedades cardiovasculares, principalmente con la cardiopatía isquémica y los accidentes cerebrovasculares.
Relacionado con lo previo se encuentra la toxicidad por los químicos derivados de la industria, los cuales han experimentado un incremento sustancial en los últimos 50 años. Los principales compuestos son los hidrocarburos halogenados (presentes en pesticidas), los perfluoroalquilos (constituyentes de repelentes de agua y de aislantes) y los derivados plásticos, presentes en una gran variedad de útiles de uso cotidiano. Estos elementos destacan por su alta lipofilicidad, lo que genera una tendencia a acumularse tanto en los seres vivos como en el medio ambiente durante largos periodos de tiempo.
Tanto en el caso de los metales como en los derivados químicos, los humanos pueden intoxicarse por la ingesta de aguas, vegetales, carnes y pescados contaminados. Los mecanismos por los cuales los diferentes tipos de contaminación producen la lesión orgánica son variados y, en algunos casos, no bien conocidos. Se ha demostrado que los sujetos expuestos a través de diferentes vías como la respiratoria, gastrointestinal o cutánea, absorben los distintos elementos dañinos, los cuales van a comenzar y mediar mecanismos oxidativos e inflamatorios produciendo una serie de intermediarios que van a contribuir en el desarrollo de efectos como alteraciones en la regulación del sistema nervioso autónomo y a producir disrupciones metabólicas. Todo ello contribuye al desarrollo de los factores de riesgo cardiovascular clásicos como la hipertensión arterial, la diabetes o la obesidad, responsables de las enfermedades cardiovasculares.
No obstante, existe la posibilidad de mejora a través de programas de prevención, lo cual necesita de una importante tarea de información y concienciación social y sanitaria, dado que la polución es un importante factor de riesgo cardiovascular prevenible. Dentro de las recomendaciones, a título individual, se encuadraría el uso de mascarillas N95, filtros de aire o evitar actividades en espacios aéreos con riesgos elevados de toxicidad. Sin embargo, las conductas individuales deberían acompañarse del apoyo por parte de instituciones que guíen la información y educación de la ciudadanía y que inviertan mayores recursos en la transición ecológica hacia energías más limpias.
Comentario
La contaminación ambiental, hasta ahora, se ha tenido escasamente en cuenta en los programas de prevención y manejo de las patologías cardiovasculares. Esto contrasta radicalmente con la importancia que tiene, puesto que ya supone la cuarta causa de morbimortalidad a nivel mundial. Dentro de los distintos tipos de contaminación, destaca la polución atmosférica por la exposición continua que experimenta la vía aérea y por la facilidad que tiene muchos de los compuestos para acceder al torrente circulatorio a través de ella, en especial las partículas en suspensión. Datos aportados por la Fundación Española del Corazón revelan que gran parte de las ciudades españolas se encuentran expuestas a unas concentraciones de las partículas más contaminantes que rebasan el umbral establecido por la Organización Mundial de la Salud. Asimismo, se estima que el 91% de la población mundial reside en lugares con una concentración por encima de ese límite.
Por otro lado, los distintos tipos de contaminación (contaminación atmosférica, metales tóxicos y productos químicos industriales) se interrelacionan entre sí formando un ciclo, de modo que unos terminan desembocando en otros y, finalmente, favoreciendo el cambio climático y contribuyendo a la enfermedad cardiovascular.
Cada vez es más necesario un mayor conocimiento y control a este respecto, para lo cual se necesita una amplia información y concienciación social y gubernamental que permita atajar el problema. Todos estos cambios no solo disminuirían el riesgo cardiovascular, sino también otras enfermedades (entre las que destacarían el cáncer y las enfermedades respiratorias), mejorando globalmente la esperanza y calidad de vida. Todas estas acciones, tendrían además un impacto positivo a nivel global sobre el cambio climático.
Se espera que las cifras sobre el impacto que tiene la contaminación en el sistema cardiovascular se dupliquen para 2050 si no se aborda adecuadamente el problema, por lo que es momento de tomar medidas y evitar que esto ocurra.
Referencia
- Sanjay Rajagopalan, Philip J. Landrigan.
- New England Journal of Medicine. 2021;385(20):1881-1892.