La insuficiencia cardiaca (IC) es un síndrome clínico que se produce cuando hay un desequilibrio entre la capacidad del corazón para bombear sangre y las necesidades del organismo. En España, se estima que el 6,8% de la población española -unos tres millones de personas- tiene IC. Este elevado número de afectados viene determinado, entre otros motivos, por el envejecimiento progresivo de la población. Y es que, la incidencia y prevalencia de la IC aumentan con la edad.
En la actualidad, se dispone de varios fármacos que han demostrado una mejoría clínica significativa y un incremento de la expectativa vital de los pacientes con IC. El tratamiento médico, junto con el implante de dispositivos como desfibriladores y resincronizadores, constituye la base terapéutica en estos casos. No obstante, y pese a los avances realizados, en algunos pacientes el cuadro de IC progresa de forma desfavorable hacia una situación de refractariedad, que conlleva un pobre pronóstico a corto plazo y una calidad de vida muy pobre.
¿Cuáles son entonces las posibilidades para el paciente de unos 70 años con IC refractaria y comorbilidades? Los Dres. Eduardo Barge Caballero y Pablo Díez Villanueva han tratado de dar respuesta a esa pregunta durante una ponencia celebrada en el Congreso de las Enfermedades Cardiovasculares SEC 2017.
Las dos terapias posibles para tratar la IC refractaria son el trasplante cardiaco y la asistencia ventricular, opción para la que se consideran candidatos aquellos pacientes que no pueden recibir un trasplante. El aspecto clave a tener en cuenta es que “el paciente con IC es un enfermo crónico que con frecuencia padece otras enfermedades concomitantes. Las más habituales son la obesidad, los factores de riesgo cardiovascular como la diabetes y la hipertensión arterial y la insuficiencia renal”. Con cierta frecuencia, estos pacientes también pueden presentar otras patologías asociadas como enfermedad vascular periférica, broncopatía crónica o neoplasias.
Tanto la edad avanzada como las comorbilidades asociadas, en especial la diabetes, suponen un incremento del riesgo de complicaciones tras el trasplante cardiaco o el implante de un dispositivo de asistencia ventricular. No obstante, “no creemos que este tipo de pacientes, simplemente por la edad o por la existencia de enfermedades concomitantes, deban ser descartados de entrada para la realización de estas opciones terapéuticas”, manifiesta el experto. La elección entre trasplante cardiaco o asistencia ventricular vendrá determinada por las características particulares de cada paciente, así como circunstancias logísticas, como la disponibilidad de donantes cardiacos, en cada ámbito clínico concreto.
Evaluación del riesgo
En este sentido, el Dr. Barge defiende que se realice una evaluación del riesgo detallada y minuciosa para determinar si los pacientes se pueden beneficiar de las dos opciones terapéuticas posibles. “Existen modelos de predicción, pero no son demasiados fiables para pacientes concretos. Por eso, esa evaluación del riesgo es, en realidad, una evaluación global en la que pesa mucho la experiencia del equipo que vaya a realizar la intervención”, explica el experto.
En esa evaluación se tienen también en cuenta algunas variables como las funciones renal, hepática y pulmonar del paciente, su estado general, así como su capacidad para hacer rehabilitación cardiaca tras la intervención. “Evaluar la fragilidad del paciente es otro aspecto a tener en cuenta”, dice el Dr. Barge.
Abordaje progresivo de la enfermedad
Por su parte, el Dr. Díez asegura que, a la hora de definir cuáles son las opciones terapéuticas para un paciente de estas características, “no se trata de optar únicamente por un trasplante cardiaco o cuidados paliativos”. Para este experto, “todo paciente puede beneficiarse de cualquier opción terapéutica que se adecúe a su situación y pronóstico”. Así, el Dr. Díez destaca que el pronóstico está determinado por la propia IC y el resto de comorbilidades, además de por su situación basal.
El experto defiende que es fundamental mantener una adecuada comunicación con el paciente y la familia, que debe estar debidamente informada sobre la enfermedad para poder participar así en la toma de decisiones. “La IC constituye una entidad de mal pronóstico, cuya evolución es, con frecuencia, difícil de predecir. Su curso es muchas veces incierto y la muerte súbita un evento frecuente. Esto supone que el diagnóstico de la enfermedad se debe abordar de forma progresiva tanto con el paciente como con sus familiares”, asegura.