Corazón y cerebro están cada vez más conectados. En los últimos años, se ha demostrado que la aparición de demencia está muy relacionada con distintos factores de riesgo cardiovascular, existiendo multitud de estudios que confirman la presencia de un componente vascular en distintas enfermedades cerebrales.
La Dra. Marta Cortés Canteli, investigadora Miguel Servet en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), explica que, por ejemplo, en el caso del Alzheimer “se han descrito alteraciones en la perfusión y en el acoplamiento neurovascular que, junto con la presencia de un estado procoagulante y un aumento en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, contribuyen al inicio y desarrollo de las características neuropatológicas típicas de la enfermedad”.
Factores de riesgo
Ese componente vascular se pone aún más de manifiesto por el hecho de que factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes, el colesterol, el sobrepeso, fumar o el sedentarismo aumentan el riesgo de sufrir demencia. De hecho, como indica la investigadora, “se calcula que un tercio de los casos de Alzheimer se pueden atribuir a distintos factores de riesgo cardiovascular, y se sabe que la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer se triplica en aquellos pacientes que tienen aterosclerosis severa”.
Lo que no se desconoce es si existe una conexión a nivel molecular o en etapas preclínicas de ambas enfermedades. En este sentido, la Dra. Cortés Canteli considera que uno de los retos actuales en la conexión corazón-cerebro es entender si existe una causa subyacente común en el desarrollo de ambas enfermedades, así como saber si presentan trayectorias relacionadas a nivel preclínico. En la actualidad, hay distintos grupos de investigación que están analizando la relación entre la enfermedad vascular y la cerebral; entres ellos, el grupo del Dr. Valentín Fuster en el CNIC, del que forma parte la Dra. Cortés, es uno de los pocos que lo hace en las etapas asintomáticas.
Hasta el momento, solo se han encontrado asociaciones entre la presencia de enfermedad cardiovascular y cerebral, pero no se ha demostrado una relación causal. Para ello, detalla la científica, “se necesita la realización de estudios poblacionales longitudinales en los que se evalúe exhaustivamente la presencia y progresión de ambas enfermedades desde las etapas asintomáticas, a través de tecnologías de imagen, biomarcadores y pruebas ómicas que permitan discernir el mecanismo molecular subyacente”.
Cortés Canteli también considera fundamentales los estudios de intervención y, para todo ello, asegura que será imprescindible la colaboración entre los investigadores básicos y los clínicos, así como la creación de equipos multidisciplinares.
También defiende que la inversión en investigación en esta área debería aumentarse, ya que las evidencias de una relación entre ambas enfermedades son cada vez más abrumadoras. “Descubrir que existe esta relación permitiría desarrollar nuevas estrategias para prevenir una enfermedad para la que no hay cura (como la demencia) de forma similar a como hoy se previenen, con gran éxito, las enfermedades cardiovasculares”, reflexiona.
Y es que, como subraya: “Los pacientes saben que tienen que controlar todos los factores de riesgo cardiovascular para prevenir un infarto o un ictus, pero la realidad es que seguir hábitos de vida saludables desde que se es muy joven también es beneficioso para mantener una función cognitiva óptima durante el envejecimiento. Hoy en día, el debate no está solo en cómo vivir más años, sino en envejecer con calidad de vida”.