Además del 8 de marzo, el calendario nos recuerda otra fecha para homenajear el papel femenino en el ámbito científico. Este post trae una visión muy personal sobre la imagen que damos a los niños sobre la ciencia… y ¡la importancia de ofrecerles todo tipo de ideas!
Comentario
Espero que no ofenda a nadie que en este post use el genérico masculino, pero no creo que eso esté reñido con dar visibilidad a la escasa presencia de la mujer en ciencia y su ridícula representatividad en puestos de responsabilidad. Nuestra obligación es contarlo, en especial a los más jóvenes.
Hace unas semanas, con motivo del #DíadelaMujerylaNiñaenlaCiencia y la iniciativa #enclase11F, estuve explicando a varias clases de primaria cómo la publicación científica, con sus particulares procesos y protagonistas, contribuye al avance de la ciencia; en resumen, a que vivamos mejor. Me llamaron la atención varias cosas: la disposición del alumnado para entender algo nuevo, su capacidad de observación y crítica, su curiosidad (muchas preguntas), su aptitud para relacionar la información nueva con su propia interpretación del mundo (muchas más preguntas) y su habilidad para llegar a conclusiones. Si lo pienso ahora, todas características de perfil muy científico, ¿verdad? Y, sin embargo, cuando les preguntas qué quieren ser de mayores, muchos policías y profesores, algún futbolista, pero pocos alumnos que se quieran dedicar a la ciencia (niños y niñas). Quizá el problema no está solo en la relación mujer-ciencia, sino en la relación con la ciencia en general. Creo que nuestra misión, desde las aulas y las familias, es ofrecer información, hacer la ciencia algo cercano y asequible, derribar prejuicios. Se trata, sobre todo, de que no descarten la posibilidad. Hace poco oí, ya no sé dónde, que no hace falta ser un genio para hacer un descubrimiento que desencadene un avance. Este es el tipo de enseñanzas que hace falta transmitir e integrar en la conciencia colectiva. Hay que perderle el miedo a la ciencia.
También hay que rebajar la presión por decidir la carrera profesional. Los planes educativos, cada vez más especializados, obligan a tomar decisiones tempranas sobre qué asignaturas cursar e, inevitablemente, cuáles abandonar. Descartar caminos puede resultar angustioso, ¿no es demasiada responsabilidad? A mi pregunta sobre qué creían que había estudiado, la mayoría de los alumnos respondió que cardiología o, al menos, medicina. Mi trayectoria les resultó curiosa, filología y periodismo, además otras disciplinas nada relacionadas, y ya llevo diez años trabajando en Revista Española de Cardiología. La línea recta está sobrevalorada.
Cada clase es única, un microcosmos sobre el que cada profesor ejerce una gran influencia. Yo no tengo perro, quizá es por eso, pero a menudo me sorprende el parecido que tienen con sus dueños. Cuando somos alumnos creo que nos pasa algo parecido. ¿Hace falta ir a las aulas a hablar a los futuros profesionales? Sí, hace falta ir a las aulas y ofrecerles cuantas más y más variadas perspectivas, experiencias y opiniones, mejor. Para eso y para otras cosas, entre otras, para luchar contra la desigualdad de género, normalizar el mundo laboral ante los ojos de los niños, para compartir con ellos experiencias personales, para desdramatizar la irreversibilidad de las decisiones que les obligamos a tomar cuando aún no han madurado y transmitirles que la carrera profesional es la continuación natural de las etapas formativas, un paso adelante en el que no están solos, y no un salto al vacío.