Hemos visto muchas veces la misma secuencia de acontecimientos. Ya no nos sorprende. Ahora lo contemplamos con el "cigarrillo electrónico" desde el palco de autoridades, en primera fila de butacas y en barrera de sombra.
Lo primero es inventar un nombre que suene a moderno y progresista, aunque no sea cierto lo uno ni lo otro. Para empezar no es un cigarrillo. Sino un artilugio humeante inhalatorio con forma de boquilla de vampiresa. Pero electrónico suena bien, a alta tecnología. Y “vapear”, que es lo que se hace con el mentado artilugio (podría haberse llamado vaporizar, que es exactamente lo mismo) también suena bien. Es un nombre más corto, más sonoro y parece referirse a un invento maravilloso que abre una nueva dimensión. Mucho saben los expertos en mercadotecnia.
Lo segundo es plantear una masiva campaña pública resaltando una serie de virtudes incontestables. Pero en este caso no las hay. La mayoría de las pretendidas son supuestas y se basan en insinuaciones, medias verdades, oscuras referencias a trabajos seudocientíficos y, a veces, con el apoyo personal de autoproclamados expertos (insustanciales muchas veces). La principal razón por la que se usan los cigarrillos electrónicos es para ayudar a los fumadores a dejar de serlo. Lo cual no está ni por asomo demostrado. Así lo resaltó la propia Sociedad Española de Cardiología en un documento de toma de postura publicado el 05.03.2014. E ilustró brillantemente en esta misma sección el 25.06.2014 una experta de verdad como es la doctora Regina Dalmau en su artículo Luces y sombras del cigarrillo electrónico.
Y ya estamos en la tercera fase, que tiene a su vez varios componentes. Uno es fidelizar a los crédulos -que tras la campaña previa hicieron más caso a los charlatanes que a sus médicos- y procurar que aumente su número. El segundo es aparecer como una solución hasta ahora inexistente, que cubre una laguna decisiva y que contribuye poco menos que a hacer feliz a la media humanidad que ha entendido su mensaje y que podría hacerlo con la otra mitad cuando lo comprenda. Y, en tercer lugar, montar una campaña de encendida y ofendida defensa frente a las voces científicas que dicen las cosas por su nombre (porque de las autoridades mejor no mencionar su cobarde debilidad disfrazada de prudencia). En la cual campaña defensiva, aparte de adoptar una actitud de modernidad frente al oscurantismo retrógrado de los científicos, acusan a estos de plegarse a intereses comerciales (¿de quién?, ¿de las compañías tabaqueras?, ¿de las casas comerciales de fármacos antitabaco?). Y así nos va. Al pueblo, porque a los expertos en nadar en aguas turbias estupendamente.
No puede expresarse con más claridad lo que el público debe saber sobre esta chapuza que lo que la SEC y la Dra. Dalmau expresaron en los documentos antes citados. Quizá puedan resaltarse tres aspectos. El primero es que no está demostrado que estos artilugios ayuden a dejar de fumar ni que supongan efecto positivo alguno sobre la salud. De hecho, el mensaje engañoso de que se trata de una herramienta eficaz y novedosa para la superación del tabaquismo crea una falsa confianza que no ayuda nada a acabar con el vicio. Más bien contribuye a minimizar la importancia del tabaquismo y banalizar el proceso de dejarlo.
En segundo lugar, la seguridad del “cigarrillo electrónico” es muy dudosa. Por no decir que hay atisbos de que puede causar daño. Además, la información sobre la composición exacta de los líquidos vaporizados no es completa, lo que hace surgir la sospecha de que pueda haber zonas oscuras. Y tampoco ha habido tiempo suficiente de uso como para que hayan aparecido complicaciones serias, pero ya las está habiendo.
La tercera observación es que debe acabarse con rotundidad con el vacío legal que aún rodea a estos artilugios. Ello no hace sino despistar a los pobres usuarios, que creen lo que no es y esperan lo que no cabe concebir. Y, evidentemente, favorece a los comerciantes que se están lucrando con ellos. Lo cual no es malo si se hace leal y honradamente. Pero lo es y mucho si se juega con la salud y la credulidad del público.