Es conocida la asociación entre el consumo de alcohol y el riesgo de desarrollar fibrilación auricular (FA). Este estudio profundiza en la relación entre ambos factores y pretende analizar la relación entre diversos patrones de consumo de alcohol tras el diagnóstico de la arritmia y su relación con la incidencia de ictus isquémico.
Para ello, analizan la base de datos del sistema nacional coreano, incluyendo aquellos pacientes con nuevo diagnóstico de FA entre los años 2010 y 2016. Los pacientes se clasificaron en tres grupos según su patrón de consumo de alcohol antes y después del diagnóstico de FA: aquellos sin consumo previo de alcohol; aquellos que a partir del diagnóstico de la arritmia cesaron su consumo de alcohol; y aquellos que tras el diagnóstico mantuvieron el consumo de alcohol. El objetivo primario se definió como la incidencia de ictus isquémico durante el seguimiento. Se completó un análisis con propensity score para equilibrar variables heterogéneas entre grupos.
Se analizaron 97.869 pacientes con diagnóstico nuevo de FA, de los cuales el 51% eran no bebedores, el 13% habían cesado el consumo y el 36% mantenían el consumo de alcohol. Durante un seguimiento de 310.926 pacientes/año, 3.120 pacientes (el 3,19% o 10/1000 pacientes/año) desarrollaron un ictus isquémico. Los pacientes que cesaron el consumo de alcohol, así como aquellos que no lo consumían previamente, presentaron un menor riesgo de desarrollar un ictus isquémico que aquellos pacientes que no cesaron el consumo (incidencia por cada 1.000 pacientes/año respecto a los pacientes bebedores que mantuvieron el consumo de -2,03 [-3,25, -0,82] para los que cesaron el consumo y -2,98 [-3,81, -2,15] para los no consumidores; con hazard ratio 0,83 [0,74-0,93] y 0,75 [0,70-0,81], respectivamente).
Los autores concluyen que el consumo activo de alcohol se asoció a un incremento del riesgo de desarrollar ictus isquémico tras el diagnóstico de una FA, mientras que su cese podría conllevar una disminución del riesgo de ictus.
Comentario
Diversos trabajos asociaron clásicamente algunos patrones de consumo de alcohol (especialmente el consumo de cantidades bajas o moderadas, y enfatizando los beneficios de bebidas fermentadas como el vino tinto) con una reducción en la incidencia de enfermedad cardiovascular, entre la que se encuentra el ictus isquémico. Sin embargo, en las últimas décadas se ha desarrollado un cuerpo de evidencia que desmonta este mito protector y señala al alcohol como un agente deletéreo a nivel cardiovascular, asociándose su consumo, incluso en cantidades moderadas, con diversas patologías cardiovasculares como es la FA.
Tanto la incidencia como la prevalencia de FA se encuentran en aumento en nuestra sociedad, por lo que el análisis de factores del estilo de vida modificables que puedan cambiar el curso natural de esta patología puede arrojar datos de gran impacto clínico.
Este trabajo pretende dar un paso más allá en este análisis y ahondar en la asociación entre FA y alcohol, intentando valorar el impacto que tiene el consumo de alcohol en la incidencia de ictus isquémico en aquellos pacientes a los que se les diagnostica de una FA.
Para ello, toman los datos de la Encuesta Nacional de Seguimiento del Estado de Salud coreana (NHIS por sus siglas en inglés) y se centran en aquellos pacientes > 40 años que presentan una FA de nuevo diagnóstico y carecen de antecedentes de ictus isquémico. Dado que la encuesta de salud se realiza a cada paciente de forma bianual, establecen tres grupos de pacientes respecto a su patrón de consumo en la evaluación anterior y posterior al diagnóstico de FA: 1) aquellos pacientes que nunca habían consumido alcohol (no bebedores); 2) aquellos pacientes que cesan el consumo tras el diagnóstico de la FA (abandonadores); 3) aquellos pacientes se mantienen como consumidores de alcohol (consumidores).
De esta forma, obtienen los datos de 97.869 pacientes (edad media de 61,3 ± 12,3 años; CHA2DS2-VASC ± 2,3) con diagnóstico nuevo de FA, de los cuales el 51% eran no bebedores, el 13% abandonadores y el 36% consumidores. Durante el seguimiento, que alcanza los 7 años en algunos casos, se identifican 3.120 casos de ictus isquémicos (incidencia de un 3,19%).
Los principales hallazgos del análisis se resumen en 3 puntos:
- Los pacientes consumidores presentaron una incidencia de ictus isquémico superior que aquellos pacientes no bebedores o abandonadores.
- Entre los pacientes que consumían alcohol, aquellos que cesaron su consumo tras el diagnóstico de la FA presentaron una incidencia de ictus menor que aquellos que mantenían su consumo.
- Las diferencias observadas se mantienen homogéneamente en función de la cantidad de alcohol consumido, incluyendo consumos ligeros (definidos como < 100 g/semana).
Asimismo, del análisis pormenorizado los autores extraen otros hallazgos que pueden resultar de interés:
- En el grupo de pacientes que consumían alcohol antes del diagnóstico de la FA, cerca del 60% se enmarcaba en un patrón de consumo ligero de etanol. Este aspecto podría, contribuir a enfatizar el efecto deletéreo del etanol incluso en cantidades discretas.
- Los pacientes que mantuvieron el consumo tras el diagnóstico de FA presentaron un riesgo mayor de presentar ictus que aquellos pacientes que lo cesaron, independientemente de la cantidad de etanol que consumían previamente. Sin embargo, la cantidad de alcohol se relacionó independientemente con la incidencia de ictus, lo que sugiere que, aunque el riesgo mejore, podría existir un daño acumulativo del etanol con carácter dosis-dependiente, pero con un elevado porcentaje de reversibilidad tras el cese de la exposición al tóxico.
- Al analizar el patrón de consumo entre aquellos pacientes que consumían alcohol antes del diagnóstico de FA, se halló una asociación fuerte entre la incidencia de ictus y la cantidad semanal total de etanol, así como con el número de bebidas por sesión, lo cual sugiere que tanto el consumo de elevadas dosis en pocas sesiones (que traduce generalmente un consumo recreacional excesivo – “consumo de fin de semana’’) como el consumo de menor dosis de forma mantenida (patrones de consumo diario) podrían presentar un efecto deletéreo similar en cuanto al riesgo embólico.
Las fortalezas más reseñables del estudio residen en su gran tamaño muestral, su seguimiento prolongado y en la caracterización de algunos patrones de consumo mediante la cuantificación aproximada de la ingesta.
Sin embargo, presenta también múltiples limitaciones, entre las que destaco su naturaleza observacional, el carácter autoreportado de muchos de los datos (como el consumo de alcohol), o la exclusión de multitud de parámetros que podrían condicionar tanto la toxicidad del etanol (tipo de bebidas, patologías basales del paciente, etc.) como la incidencia de ictus (medidas de imagen cardiaca y neuroimagen, perfil analítico, etc.).
A modo de conclusión, me sumo a la opinión reflejada en el editorial acompañante al artículo, donde el Dr. Andrea M. Russo destaca la relevancia de este trabajo a la hora de enfatizar el estilo de vida como un punto clave, con implicaciones directas sobre la historia natural de la FA. Trabajos como este ponen de manifiesto la necesidad de la implicación de los médicos en la promoción de la salud y en la proactividad para lograr cambios en las conductas de vida de los pacientes. Este aspecto debiera equipararse al control de las comorbilidades y el tratamiento dirigido de la enfermedad en nuestro arsenal terapéutico contra la enfermedad cardiovascular.
Referencia
- So-Ryoung Lee, Eue-Keun Choi, Jin-Hyung Jung, Kyung-Do Han, Seil Oh y Gregory Y H Lip.
- Eur Heart J. 2021. Jun 7:ehab315. Epub ahead of print. doi:10.1093/eurheartj/ehab315.