El déficit de vitamina D [25(OH)D < 20 ng/ml] es una afección prevalente, que se da en aproximadamente el 30-50% de la población, observada en todas las etnias y en todos los grupos de edad. Además del papel establecido de la vitamina D en la homeostasis del calcio, su déficit se está considerando como un nuevo factor de riesgo de enfermedad cardiovascular1.
Varios estudios epidemiológicos y clínicos han informado de una estrecha relación entre los niveles bajos de vitamina D y un mayor riesgo de sufrir hipertensión, obesidad, diabetes, síndrome metabólico, diabetes mellitus y mayor incidencia de cardiopatía isquémica, insuficiencia cardiaca, fibrilación auricular e ictus. Además, en todos estos contextos clínicos, el déficit de vitamina parece predisponer a una mayor morbilidad, mortalidad y eventos cardiovasculares recurrentes2,4.
En estudios realizados en pacientes con enfermedad cardiovascular estable, los valores de 25(OH)D < 20 ng/ml siguieron asociados de manera independiente a nuevos eventos cardiovasculares2. Y en pacientes con insuficiencia cardiaca crónica y estable, un cociente calcitriol/PTH más bajo podía ser un factor independiente predictivo de mortalidad e ingresos por motivos cardiovasculares4.
A pesar de esta creciente evidencia, los resultados de los ensayos de intervención con suplementos de vitamina D en pacientes con riesgo de enfermedad cardiovascular o con enfermedad cardiovascular establecida siguen siendo controvertidos. Una revisión Cochrane de ensayos aleatorizados encontró que ningún tipo de suplemento de vitamina D (colecalciferol, ergocalciferol, alfacalcidol), independientemente de la dosis, la duración y la vía de administración, tuvo efectos beneficiosos en la mortalidad comparado con placebo. Cuando se evaluaron las diferentes formas de vitamina D por separado, solo la vitamina D2 disminuyó la mortalidad de manera significativa5. Un análisis estratificado de aleatorización mendeliana recientemente publicado sugiere que es poco probable que se produzcan reducciones sustanciales de la mortalidad y la morbilidad cardiovascular debidas a la administración de suplementos de vitamina D en dosis bajas a largo plazo, incluso si se dirigen a individuos con un bajo nivel de vitamina D6.
En personas con insuficiencia cardiaca y déficit de vitamina D, la suplementación tiene beneficios discretos y, sobre todo, en objetivos indirectos. Estos resultados se podrían explicar por la marcada heterogeneidad en cuanto a la forma de vitamina D empleada (vitamina D2, D3 o alfacalcidol), dosis, frecuencia de administración (diaria, semanal, mensual), la combinación con calcio, la heterogeneidad de la población incluida o factores hormonales desconocidos implicados en la fisiopatología de la insuficiencia cardiaca.
Se requieren estudios más específicos centrados en pacientes con déficit de vitamina D (< 20 ng/ml) para determinar el valor protector del suplemento de vitamina D. Algunos autores consideran tener en cuenta otros componentes del metabolismo mineral, argumentando que los suplementos de vitamina D pueden ser más efectivos en determinados subgrupos, como en los pacientes con factor de crecimiento fibrobástico 23 (FGF 23) aumentado2. Aunque en la actualidad no haya evidencia robusta para recomendar la suplementación con vitamina D para la prevención y tratamiento de enfermedades cardiovasculares, hay varios estudios epidemiológicos y clínicos que han informado de una estrecha relación entre los niveles bajos de vitamina D y un mayor riesgo de sufrir algunas enfermedades cardiovasculares como hipertensión, insuficiencia cardiaca, fibrilación auricular e ictus2,4.
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